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Revisar el pasado étnico será siempre un ejercicio narrativo y geopolítico, una historia contada por objetos, descendientes, pinturas, cuerpos, territorios, vestigios y viajeros, que a su vez, revela y refleja lo social, lo económico y la conformación de identidades y Estados desde la particularidad de cada territorio y de cada devenir histórico. 

En Colombia, los Wayú, Kogui, Arhuaco, Zenú, Tulé, Emberá chamí, Emberá katío, Wounaan, Misak, Uitoto, Nukak makú, Tukano y U´wa, son algunos de los 40 pueblos indígenas que representan cerca del 4,4 % de la población total del país.  

Sus historias las cuentan los petroglifos, los caminos, la artesanía, el oro y los tejidos, el agua, la selva, la resistencia y la diversidad siempre dentro de una realidad sociopolítica de lucha por el territorio y reconocimiento de la diversidad. En este camino, la constitución de 1991 significó un gran hito en esa narración, porque resignificó y reconoció la importancia de la protección y la salvaguarda de las comunidades indígenas de todo el país. Sin embargo, continúa siendo una historia de resistencia contra la violencia armada y el abandono del Estado, típicos del contexto latinoaméricano. 

A miles de kilómetros de Latinoamérica, en Australia y el Estrecho de Torres, los Koori, Guringai, Murri, Noongar, Yamatji, Wangkai, Nunga, Anangu, Arrente, Yapa, Yolngu, Palawah y Jitajita hacen parte de los 400 grupos indígenas que representan el 3,0 % de la población total del país y que están declarados como Patrimonio de la Humanidad 

 Sus historias, las cuentan los aborígenes, los círculos y lo cíclico, la astronomía, la antigüedad más remota, el mar, el movimiento y la complejidad cultural, también, dentro de una realidad sociopolítica de resistencia frente a la invisibilidad y en contra del olvido. Por supuesto, varias acciones de finales del siglo XX y principios del XXI, han significado mucho para su reconciliación con el resto de la Nación. Sin embargo y a pesar de la relevancia de estas comunidades en la memoria de toda la humanidad, sigue siendo una historia de exterminio colonial y resistencias típicas del contexto occidental. 

 Entre similitudes y diferencias, estas dos regiones siguen siendo los escenarios narrativos de comunidades indígenas que se oponen a que su historia deje de contarse, a que sus territorios sigan en disputa, a que los olvidemos y olvidemos, aquí y allá, que son nuestro pasado vivo y que nos reconocemos en su huella narrativa: en Australia, la del Tiempo del sueño, su “erase una vez” sagrado, el tiempo más allá del tiempo en el que el universo se creó, y en Colombia, la de la dualidad de la serpiente, la anaconda ancestral,  la mujer que creó y descendió a la tierra a convertirse en río, en eje y en guía del mismo universo. 

 ¿Cuál cree que es la principal diferencia entre la relación que tiene el Estado de Australia y los Estados de los países latinoamericanos con sus comunidades indígenas?

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